miércoles, 29 de agosto de 2007
6:22 a. m.
Tercer acto:
Se sufre un nuevo, largo retraso y los espectadores amenazan con abandonar la sala. Finalmente, se reabre el telón. Pero sorpresivamente, con una tanda de actores de entre 2 y 3 años menores, se repiten las dos primeras partes casi idénticamente. Las diferencias son ínfimas: en la primera, se ve al infante al borde de la muerte en 2 ocasiones mientras sus aparentes padres se divierten, separadamente y en diferentes situaciones. En el segundo acto, esta vez, las lápidas ya adornan las respectivas tumbas y al comienzo de la penúltima escena, las personas sobre la cama son ahora 3. La vulgaridad se torna casi extrema.
El público se mira, incrédulo. Grita, se exalta, exige la devolución de su dinero. Los actores salen del refugio de las bambalinas y se aplauden entre sí. La furia de la audiencia continúa en aumento, las críticas se oyen a viva voz. La indignación reina en el lugar, a excepción del escenario: pues existen personas que no han de indignarse, y son aquellas de una bajeza tal que de nada se consideran merecedoras.
Por último, los efectivos encargados de la seguridad expulsan al público por considerarlo agresivo. Inquieren al último individuo desadmitido, para intentar averiguar la razón de un descontento tal. Y éste, con una precisión inmejorable, los deja estupefactos: ‘Para ver la realidad actuada, no necesito venir hasta aquí y pagar. Me basta con vivir el mundo de hoy’.
“Lloramos al nacer porque venimos a este inmenso escenario de dementes”.
William Shakespeare.
♥ He Dicho.-